Somos los hijos de la noche, los que hablamos las más viejas lenguas de Europa, los que resistimos a los dioses de Roma con nuestra mitología naturalista, los que no hemos separado jamás la poesía de la política. Nos llaman románticos. Y es cierto. El romanticismo céltico vuelve: es aventurado, peregrino, viajero, religioso y algo místico. (Xavier Grall, escritor bretón)
La cultura celta se fue perdiendo poco a poco, tanto por la doble influencia de Roma y las invasiones de otros pueblos como por la supresión a la que fue sometida por los estados centrales de los nuevos países en que quedó enclavada.
Pero antes de desaparecer, lo céltico tuvo que disfrazarse; los símbolos quedaron encapsulados en cuentos infantiles, entre las imágenes de la nueva religión, en la música popular, en costumbres que se mantuvieron en las áreas rurales, en abalorios como inocentes símbolos de buena suerte.
En las aldeas más aisladas quedó el recuerdo de rituales medio comprendidos que acabaron transformados en supersticiones populares, también el uso de las hierbas medicinales y el recuerdo de los viejos buenos tiempos o el sueño de lo que pudo haber sido y no fue.
Las distintas modas que se fueron imponiendo sucesivamente a lo largo de los siglos excluía todo aquello que el celtismo representaba, convertido en cosa de campesinos ignorantes (únicos supervivientes del genocidio), ocasionando que la mayoría de los habitantes de los antiguos territorios celtas llegaran a ignorar por completo que en el pasado de su tierra hubo una compleja cultura con un elaborado sistema de leyes y con una riqueza artística muy superior a las de quienes los anularon.
Afortunadamente tenemos la excepción entre los monjes irlandeses y galeses medievales, que amaban lo suficiente a su tierra y a sus ancestros como para escribir las historias que desde niños habían escuchado en torno a la lumbre o traducir al latín todo un corpus que ha ayudado a comprender mejor aquella forma de vida.
¿Cuantas historias como esas se han perdido para siempre en otros antiguos territorios celtas? Seguro que muchas. Por eso hemos de estar agradecidos a aquellos pacientes monjes que iluminaron la «edad oscura» en la época en que los viejos dioses y los legendarios héroes cambiaron de nombre y de moral y fueron puestos al lado de Dios o de Satán, según las circunstancias.