Fragmento de un artículo relacionado con el libro La invención de Irlanda, de Declan Kiberd.
TODOS SOMOS IRLANDESES
Por Carlos Gamerro
Un excelente ensayo explica cómo y por qué la cultura y la literatura irlandesas ocupan un lugar tan singular, con Joyce a la cabeza, con Yeats y Samuel Beckett entre sus figuras estelares. Un viaje a un universo mucho más cercano a América latina de lo que puede suponerse.
Entre fines del siglo XIX y principios del XX, y en el lapso de tres generaciones sucesivas, un pequeño país situado en las márgenes de Europa fue la cuna de uno de los mejores poetas del siglo (W. B. Yeats), de uno de los más grandes novelistas (James Joyce) y de su más genial dramaturgo (Samuel Beckett). Ni Inglaterra ni los Estados Unidos produjeron en ese lapso un novelista comparable a Joyce, un autor teatral parangonable con Beckett, y apenas en el campo de la poesía lograron crear a T. S. Eliot y superar a Irlanda: un país empobrecido, atrasado, cuya población había disminuido de ocho a cuatro millones en el lapso de cincuenta años, y que recién en 1920 pudo alcanzar la independencia.
Uno de los méritos del monumental ‘La invención de Irlanda’ de Declan Kiberd es lograr explicar cómo todo esto pudo darse no a pesar de estas condiciones, sino justamente a causa de ellas: cómo el país colonizado que tenía cerradas todas las vías de acción política volcó sus energías al campo de la cultura; cómo pudo dotarse de una conciencia increada (como Joyce quería) mezclando y combinando lo católico y lo protestante; lo celta y lo anglosajón, la lengua nativa muerta y la lengua imperial impuesta, el presente intolerable, el pasado imaginado y el futuro inimaginable; para terminar, en el campo de la literatura al menos, invirtiendo la relación colonial, convirtiéndose en maestro de sus amos.
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